BUENOS AIRES.- La gestión de Cristina Kirchner transita, por estos días, los momentos más críticos de su segundo mandato. El gobierno se ve azuzado por factores internos, propios de su impericia, y por factores externos, por cambio del ciclo económico. Estos elementos están produciendo un efecto de pinzas sobre la actividad productiva que va a obligar a realizar un fuerte ajuste en la economía. Por un lado, la caída de precios en los productos primarios agrícolas implica una menor entrada de divisas al país, en medio de medidas restrictivas como el cepo cambiario y la limitación para girar utilidades al exterior. Atrás quedaron los casi U$S 600 que se llegó a pagar por la tonelada del “yuyo”, como calificara la Presidenta a la soja, y que le permitieron al gobierno expandir el gasto público a niveles sin precedentes. La superproducción de soja en los Estados Unidos y la mejora del dólar en el mundo obligó a los hedge funds a liquidar sus posiciones en commodities, deprimiendo los precios ostensiblemente. Los U$S 350 que vale la oleaginosa hoy restaron ingresos fiscales vía retenciones y obligan a los productores rurales a revisar la ecuación económico-financiera.
Por otro lado, la baja del precio del petróleo -casi 20% en 2014-, convierte al proyecto Vaca Muerta, la única esperanza de la administración Kirchner de entrada de divisas, en una quimera. Los costos de explotación de los yacimientos de hidrocarburos no convencionales aumentaron y el precio actual del crudo, U$S 83, no alcanza a justificar semejante inversión. Aun en yacimientos maduros como en los Estados Unidos, el precio no alcanza a mantener activos los pozos.
Este doble efecto no le da margen de maniobra al Gobierno para escapar de un ajuste sobre la economía. Hasta ahora, optó por el ajuste inflacionario, una manera silente de corregir los desvíos presupuestarios y financieros pero que termina estrellándose en un ciclo recesivo.
Sin embargo, lejos de corregir el rumbo, la jefa del Estado y el ministro de Economía optan por redoblar la apuesta y, en lugar de convalidar una corrección cambiaria, van por la depresión del tipo de cambio y el financiamiento vía emisión monetaria y reservas. Como el BCRA no puede aumentar su pasivo en Lebac para esterilizar la expansión de liquidez, apura una suba de tasas de interés vía pases y por la renovación de los vencimientos de estos títulos, lo que aumenta indirectamente, las tasas activas de las entidades financieras, asfixiando al resto de la economía.
Este esquema de tipo de cambio deprimido y tasas por las nubes se convierte en la ciclovía por la cual podrá circular libremente la bicicleta financiera. Este fenómeno produce otro efecto no deseado generado por el constante déficit fiscal y la emisión monetaria: un déficit cuasi fiscal.
Al subir la tasa de pases y de las Lebac, aumenta el pasivo del BCRA. Ante esto, el saldo del balance de la entidad se tiñe de rojo. Este es un viejo modelo que se instaló en el país a partir de 1977 durante el régimen militar y que arrojó nefastos resultados sobre las cuentas públicas y sobre la economía en su conjunto. Ahora, la gestión Kirchner lo recrea solo para mantener un efecto de ilusión de riqueza y poder llegar a 2015 bajo esa magia.